miércoles, 9 de septiembre de 2020

El nombre del Nilo es el Nilo...


 

Uno de los momentos más brillantes de Sócrates/Platón está en el Cratilo. Y lo de la caverna y todo ese rollo, pues vamos a dejarlo estar.

Con la Patrística católica (más de mil años durante la Dark Age, la Edad Media) predomina el esencialismo divino, claro. La caverna vence a la palabra, como no puede ser de otra forma dadas las circunstancias contextuales.

Hay un momento hacia finales del siglo XI en que Abelardo -sí, el de Eloísa- y su discípulo, Roscelino, debaten acerca de si la esencia de las cosas está propiamente en ellas o en lo que se dice de las mismas, dando lugar al 'primer nominalismo'. El debate termina pronto. La esencia no está ni en las cosas ni en las palabras; está en Dios. Por cierto, durante esos cientos de años oscuros Aristóteles está prohibido por la Patrística, claro; su lógica filosófica es inadmisible para el Poder de la Iglesia Católica. La obra del estagirita nos llega a través de traducciones de filósofos judíos y árabes y no se empiezan a leer/conocer hasta poco antes del Renacimiento.

El problema de Dios (y su existencia) había quedado prácticamente resuelto ya en el siglo III cuando Plotino (neoplatónico, por cierto) dijo más o menos que Dios es lo que no se puede conocer. Si esto es así (y también que Él es la esencia de todo), tampoco se puede conocer eso, la esencia (sic), excepto que, si la hay, esté en otro lugar más terreno, déjame decirlo así.

Y es curioso que no nos quede nada escrito por mi admirado Roscelino di Compiegne; tan solo una carta a su maestro (ya ex en esos momentos), Pedro Abelardo. En tiempos de hogueras es fácil imaginar dónde terminaron sus (posibles) obras. En La esencia de las cosas, https://www.josepseguidolz.info/la-esencia-de-las-cosas me permito novelar algunas posibles reflexiones del de Compiegne.

En la actualidad -tiempos de 'realismo inocente', como me atrevo a calificar, y de postverdad- la esencia no está en las propias cosas; eso sería de un materialismo y empirismo que los inocentes no pueden admitir. Tampoco está en las palabras. Eso, según ellos, es racionalismo (pero no, -como dice de manera bastante provocativa mi amigo el catedrático de Psicología social de la UAB, Lupicinio Íñiguez, sería en todo caso palabrerismo (¡me apunto!)-.

Entonces... ¿dónde? ¿O es que no la hay (esencia, digo)?

¡Saludos!



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