sábado, 22 de diciembre de 2018

Diálogo colaborativo

Encontrado en internet libre de derechos

Hay dos palabras que están muy de moda últimamente, especialmente en el ámbito político por aquí; aunque no únicamente ahí. Y muy especialmente en el asunto (no sé ya si llamarlo “conflicto”) Catalunya – España. Aunque hoy no me voy a centrar en eso. Todo llegará. Pero es a partir de lo ocurrido los últimos días (y más que vendrán a este paso) que estoy dándole vueltas al asunto.

Y esas dos palabras son «empatía» y «diálogo». Ninguna de las dos sirve para nada. Me explico mejor:

La «empatía» no existe. Simplemente no quiere decir nada. Es absolutamente imposible ponerse en el lugar del otro. Nunca nadie es o va a ser capaz de tener un conocimiento tal del otro como para ponerse en su lugar. Ni siquiera a nivel de «intuición», otra palabra que también está de moda y que también nadie conoce lo que significa. Para ser empático el usuario de tan magna habilidad tendría que saber exactamente acerca de toda su historia (la del otro); de toda su vida; debería de vivirla toda enterita, desde el principio hasta ahora mismo. Tendría que ser experto, además, en sus ilusiones de futuro, expectativas y esperanzas actuales. Si eso no es posible en las relaciones entre dos personas, ¿cómo entre dos naciones, volviendo al caso Catalunya - España?

Y quiero añadir que si no somos capaces —y esto es natural; que nadie se asuste— de conocernos a nosotros mismos, ¿cómo conocer a los demás?

Al «diálogo» le falta un adjetivo. Y los adjetivos son mucho más importantes de lo que a veces parecen. Más, incluso, que los sustantivos en sí. Y este que falta es «colaborativo». El diálogo, como un hablar, un escuchar, un conversar sin más ni más no tiene ni adquiere sentido. Aunque reconozco que seguramente es mejor todo eso —o sea, dialogar— que ignorar. Lo peor que le puede pasar a alguien es que lo ignoren, que lo ninguneen, que lo reduzcan a la nada.

Un diálogo colaborativo no parte de supuestos previos ni tiene objetivos prefijados. No hay reglas. Excepto las derivadas de las buenas costumbres: la educación y el respeto. Y estas no son universales, como sabemos bien. En terapia, por ejemplo, no parte de un diagnóstico y se orienta a la curación. Sustituye la palabra “terapia” por “política”, a ver qué tal queda esta última afirmación. O por “coordinación de parentalidad”, asunto en el que estoy un poco metido últimamente. No mucho, ¿eh? Esto gracias a mi pertenencia a ANCOPA, Acociación Nacional de Coordinación de Parentalidad.

El diálogo colaborativo no trata de resolver nada ni de llegar a ningún acuerdo. Es el propio proceso el que nos indica qué hacer, qué resolver y cómo; qué acordar para seguir dialogando. Solo para eso.

Parte del “no saber/no conocer” (Anderson, 1997*) e invita a la incertidumbre como recurso. Curioso, ¿eh? Estos últimos asuntos suponen que no sabemos qué va a pasar durante el devenir de una conversación. Pero parece seguro que algo va a pasar. Estamos atentos, entonces, a eso, a lo inesperado, a lo que no teníamos previsto, a los recursos antes aparentemente inexistentes.

¿Qué hacer cuándo alguien no quiere dialogar? O, al menos, cuando no quiere hacerlo de esta manera. Voy a dejarlo para otro día, si te parece bien. Por no alargarme mucho hoy.

Hay otra palabra que ya no está tan de moda (hace unos diez años sí lo estaba); pero a la que me quiero referir muy brevemente: «consenso». Me limito a afirmar que eso, el consenso —llegar a determinados acuerdos que comprometen y obligan a las partes— no es necesario, además de ser tremendamente trabajoso y consumidor de recursos. Y de ser excesivamente fácil de romper. Lo dejo aquí por ahora.

Hoy no estoy muy inspirado. Así es que te remito, si te apetece, a dos de mis últimos documentos de trabajo que he hecho públicos hace poco y en los que hay algunas referencias al asunto:




¡Saludos!!!

Josep

*Anderson, Harlene (1997). Conversation, Language, and Possibilities. A Post-modern Approach to Therapy. New York: Basic Books.


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